Romance de Luis de Gongora

Luis de Góngora y Argote (1561-1627)  fue un poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro, máximo exponente de la corriente literaria conocida como culteranismo o gongorismo, cuya obra será imitada tanto en su siglo como en los siglos posteriores en Europa y América.

Marmolejo sería nombrado, sin protagonismo ninguno, en uno de sus romances, concretamente en Aquel rayo de la guerra escrito en 1584:

Aquel rayo de la guerra,
alférez mayor del reino,
tan galán como valiente
y tan noble como fiero,
de los mozos invidiado,
admirado de los viejos,
y de los niños y el vulgo
señalado con el dedo;
el querido de las damas
por cortesano y discreto,
hijo hasta allí regalado
de la fortuna y del tiempo;
el que vistió las mezquitas
de victoriosos trofeos,
el que pobló las mazmorras
de cristianos caballeros;
el que dos veces, armado
más de valor que de acero,
a su patria libertó
de dos peligrosos cercos:
el gallardo Abenzulema
sale a cumplir el destierro
a que lo condena el rey,
o el amor, que es lo más cierto.
Servía a una mora, el moro,
por quien el rey anda muerto,
en todo extremo hermosa
y discreta en todo extremo.
Diole unas flores, la dama,
que para él flores fueron,
y para el celoso rey,
hierbas de mortal veneno;
pues, de la hierba tocado,
lo manda desterrar luego,
culpando su lealtad
para disculpar sus celos.
Sale, pues, el fuerte moro,
sobre un caballo overo
que a Guadalquivir el agua
le bebió, y le pació el heno,
con un hermoso jaez,
rica labor de Marruecos,
las piezas, de filigrana,
la mochila, de oro y negro;
tan gallardo iba el caballo,
que en grave y airoso huello
con ambas manos medía
lo que hay de la cincha al suelo.
Sobre una marlota negra
un blanco albornoz se ha puesto,
por vestirse las colores
de su inocencia y su duelo.
Bordó mil hierros de lanzas
por el capellar, y en medio,
en arábigo una letra
que dice: Estos son mis yerros.
Bonete lleva, turquí,
derribado al lado izquierdo,
y sobre él tres plumas, presas
de un precioso camafeo:
no quiso salir sin plumas,
por que vuelen sus deseos,
si quien le quita la tierra
también no le quita el viento.
No lleva más de un alfanje,
que le dio el rey de Toledo,
porque para un enemigo
él le basta, y su derecho.
De esta suerte sale el moro
con animoso denuedo,
en medio de dos alcaides,
de Arjona y del Marmolejo.
Caballeros lo acompañan
y lo sigue todo el pueblo,
y las damas, por do pasan,
se asoman llorando a verlo;
lágrimas vierten ahora
de sus tristes ojos bellos
las que desde sus balcones
aguas de olor le vertieron.
La bellísima Balaja,
que llorosa en su aposento
las sinrazones del rey
le pagaban sus cabellos,
como tanto estruendo oyó,
a un balcón salió corriendo,
y enmudecida le dijo,
dando voces con silencio:
«Vete en paz, que no vas solo,
y en tu ausencia ten consuelo,
que quien te echa de Jaén
no te echará de mi pecho».
Él con el mirar responde:
«Yo me voy, y no te dejo;
de los agravios del rey
para tu firmeza apelo».
Con esto pasó la calle,
los ojos atrás volviendo
cien mil veces, y de Andújar
tomó el camino derecho.

 

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